Aseguraba Jean Piaget[1] que sin conflicto no hay vida. No hay nada mejor que verlo en nuestro nacimiento: nos sacan (o salimos) del un lugar apacible, el paraíso, para encontrarnos con un mundo donde hay que aprenderlo todo, hasta respirar. Gracias a estos conflictos y los que vendrán posteriormente (hablar, caminar, controlar los esfínteres, etc.) podremos aprender y conseguir crecer, desarrollarnos y enfrentarnos a las vicisitudes de la vida, tanto negativas como el resto.
Es decir, el conflicto forma parte de nuestro proceso como personas y, como ha demostrado la neurociencia, es la manera que tiene el cerebro de aprender: con la equivocación. Si el perfeccionismo, o la seguridad que otorgan los conocimientos, forma parte de nuestra vida y de los valores que nos acompañan, vamos a estrellarnos contra la corriente de la vida misma. Necesitamos seguir siendo niños para seguir aprendiendo y darnos trompazos para poder andar.
Creo que siempre hemos vivido en la incertidumbre, lo que sucede es que, en el pasado, las sociedades estaban muy jerarquizadas y segmentadas y daban una falsa sensación de seguridad. Por ejemplo, algunos padres aún siguen diciendo a los hijos dónde trabajar (como en Japón) y deseándoles “un empleo para toda la vida”. Me pregunto ¿qué pensarán o cómo se sentirán estos padres cuando el trabajo ya no se lleva a casa, sino que está en casa?
En la Edad Media sabíamos de dónde procedía el zapato que calzábamos; el animal sacrificado era del vecino y el artesano vivía en la calle de enfrente. Hoy todo esto se desvanece de una forma concreta en la globalización. Las seguridades “sencillas” se perdieron hace tiempo. Así como las grandes ideologías: Nietzsche decretó “la muerte de Dios” hace más de un siglo y las “grandes salvadoras de la sociedad” (comunismo, fascismo, etc.) también sucumbieron a finales del siglo XX. Quizá estas fueran las últimas “seguridades” en las que pudimos asir un mundo cada vez más fragmentado y individualizado. Al perderse “la tribu”, nos perdimos todos.
Quiero decir con todo esto que hoy no es más ni menos que lo que veníamos viviendo desde más de cien años y algunos vislumbraban dejando su calado en la sociedad (artistas, pensadores). Quizá su momento álgido fuera el conocimiento del Holocausto y las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki; contemplar el horror de ser capaces de nuestra propia aniquilación. La incertidumbre ha existido siempre, hoy se ha quitado su máscara para beneficio nuestro.
“Se mide la inteligencia del individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar” , escribió Kant. Cuando nos atrapa el miedo a lo que vaya a ocurrir, además de no vivir en el presente, nos alejamos de nuestro verdadero ser. Éste estará solo hecho de presente. Y es desde el presente desde donde podemos ver el futuro que viene.
La educación forma parte de este maremágnum actual. En estos momentos no hay nadie que no afirme que la forma de enseñar ha quedado obsoleta, decimonónica, en su mejor significado. Solo hace falta recordar que los sistemas educativos del siglo XX y lo que llevamos del XXI, provienen del método militar prusiano del siglo XIX. Además, se basan en la adquisición de conocimientos y esos ya están en la Red.
Hoy solo podremos enseñar usando lo que somos: seres emocionalmente inteligentes que saben cómo resolver los conflictos de la vida para obtener pequeñas certezas que nos permitan avanzar hacia un futuro emergente. Certezas que también nos ayuden a reconocer a los demás y volver a conectar con ellos. Es decir, todo lo que contenga trabajo en equipo, dirección, liderazgo, automotivación y pasión, formará parte de una enseñanza inspirada en lo que somos.
Hace unos meses, mi hijo de 10 años se conectó por Internet con toda una clase de estudiantes de primaria de un colegio de Nueva York para que le hicieran una entrevista sobre la cultura española. Todos disfrutaron y crearon un vínculo impensable para mí mismo hasta hace unos años. ¿Es esto ya el futuro?
En las intervenciones del Programa Inicia, ante cientos de estudiantes, he podido comprobar cómo el futuro es visto con temor gracias a una ausencia de información y de conocimiento sobre lo que significa el ser empresario o emprendedor. La incertidumbre nos atrapa y nos llena de miedos para no enfrentarnos a quienes somos en nuestro ser profundo.
De nuevo, afirma Piaget, que “lo que vemos cambia lo que sabemos. Lo que conocemos cambia lo que vemos”. Y para ello necesitamos querer saber más y desear vivir en el cambio permanente. El Futuro Emergente, lo que no sabemos, está ahí y podemos sucumbir ante él o dejarnos llevar por “eso que es” y que no puede ser de otra forma, desde el aprendizaje humano y holístico… una tarea que no termina nunca.
Luis Dorrego
Escritor, terapeuta y director de Expresión Entrenamiento Integral.
[1] (Neuchâtel, Suiza, 1896 - Ginebra, 1980) Psicólogo constructivista suizo cuyos pormenorizados estudios sobre el desarrollo intelectual y cognitivo del niño ejercieron una influencia trascendental en la psicología evolutiva y en la pedagogía moderna.