En esta publicación, contamos con la colaboración de Marco Bolognini, empresario y colaborador del Programa Inicia, Valores del Empresario. Este artículo de opinión, fue publicado el pasado 18 de marzo de 2016 en el periódico "Expansión"
Volver a mirar el pasado,
vivir el presente o adivinar el futuro: tres actividades muy complejas. Quizá la
más dulce y dolorosa al tiempo sea la primera, mientras la segunda es la más efímera,
la más impalpable, es como tratar de retener el aire en
el puño. Puede parecer paradójico, pero
el futuro suele antojarse mucho más real que el presente.
Cuando soñamos,
conjeturamos o pretendemos prever lo que va a ocurrir, sentimos en nuestras
pieles un indicio lejano pero real de futuro. Un escalofrío, una ráfaga de
viento nuevo, un aliento casi tridimensional de acontecimiento venidero que nos
deja descolocados.
¿Cuántas veces nos ocurrió en la adolescencia?
Muchas. Un pre-adulto
vive sus previsiones de futuro como si fueran el presente. Debe ser así, es
natural que así sea. En la edad de la siembra y los primeros brotes, no debe
haber sequedad ni falta de agua. No debe soplar nunca el aire frío y aterrador
que mata las primeras hojas. La tierra no debe resecarse hasta condenar las
semillas.
Tuve la ocasión, hace unos días, de participar en un programa de la Fundación Rafael Del Pino que tiene como propósito acercar la figura del empresario/emprendedor a los estudiantes de secundaria.
Nada de apología, nada de
panegíricos, simplemente una finalidad bien lícita y profundamente formativa:
la de mostrar a los chicos y chicas – adolescentes – que pueden ser dueños de
su futuro y que el camino hacia la creación de empresas no está reservado, única
y exclusivamente, a los privilegiados, a los aventajados de cuna, sino a
cualquier persona que quiera aprovechar su talento, sus ideas y sus valores.
Es fácil darse cuenta,
ante un público de dieciséis años de media, de la rapidez con la que pasa el
maldito tiempo. Creemos recordar perfectamente lo que se es con esa edad, y nos
equivocamos. Realmente, no nos acordamos de muchos detalles y, además, las épocas
son distintas y cambiantes. Nuestros códigos son heterogéneos, en el sentido de
que hay algunos patrones comunes (esto es cierto, y se repiten probablemente
desde el año cero) pero, en general, la génesis de nuestra personalidad adulta,
partió de premisas diversas respecto a las que fundamentan el desarrollo y
crecimiento de los hoy adolescentes.
La conclusión a la que
llegué, es que si queremos formar unas generaciones futuras esperanzadas y
realistas al tiempo, es esencial que les transmitamos una serie de mensajes,
desde la experiencia que hemos sido capaces de atesorar los adultos.
Por una parte, la vida
parece un ten con ten de sueños y pragmatismo, en el que no tiene cabida la
renuncia a priori, pero tampoco el idealismo desenfrenado e insustancial.
Por otra, debemos
infundirles confianza en ellos mismos como individuos dentro de la
colectividad.
Para entendernos y por
poner un ejemplo: ¿Quién es un buen empresario? Difícil dar una definición
absoluta, pero es probable que se trate de alguien que se realiza como persona
y sabe crear riqueza – económica y ética
– a su alrededor. Por lo tanto, una sana realización personal es el paso
previo y necesario para que el empresario se convierta también en un
instrumento social positivo y constructivo.
La semilla de la
esperanza debe crecer dentro de cada uno de los jóvenes adolescentes que hoy
frecuentan las secundarias españolas. Y esa semilla, dará sus frutos de forma
distinta según la tierra en la que se haya plantado. Es una falacia grave y
peligrosamente uniformadora, la de volver al colectivismo de antaño, para
tratar de juntar y homologar generaciones, votos, quimeras, capacidades,
historias personales bajo unos mismos lemas, normalmente destructivos.
Claro que existen los méritos
individuales y claro que cada uno de nosotros tiene objetivos distintos en la
vida. No puede haber socialización de metas, pues cada ser humano tiene los
suyas y sus particulares medios para conseguirlas.
Es nuestra
responsabilidad, como generación adulta que somos, la de ofrecer los
instrumentos indispensables para que exista una paridad de condiciones de
salida: entre ellos, una buena educación pública, básicamente, capaz de formar
e infundir esperanza y confianza en los medios individuales de cada uno,
mientras determina también los valores comunes que defender.
Al mismo tiempo, hace
falta un discurso político que no sea burdamente engañoso, ni demasiado alejado
–por altanería e incapacidad empática– de las vivencias e inquietudes de los
nacidos en el siglo XXI.
Tanto Podemos como el PP
están fracasando gravemente en su planteamiento, de cara a los adultos del
futuro. Unos, engañando a los electores de hoy y de mañana con pueriles
populismos y pura demagogia colectivista destructiva. Los otros, enseñando su
cara más casposa y anticuada.
Ni los mítines ni las
inauguraciones de obra nueva, son los
escenarios más propicios para entender a (y empatizar con) los ciudadanos. Y
menos aún, si son las generaciones que tienen, ahora, la fugaz suerte de vivir
en sus carnes el futuro.
Marco Bolognini, socio fundador de MAIO Legal, es abogado especializado en derecho mercantil y bancario. Además, es miembro de la junta directiva de Globalaw; secretario del consejo de varias sociedades; asesor jurídico de la Cámara de Comercio Italiana para España; miembro del Comité de Expertos de Faraday Venture Partners.
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