Siempre tenemos una deuda de gratitud con
todos aquellos que han enriquecido nuestros baúles con el tesoro de la educación.
La Fundación Rafael del Pino añade una joya a
nuestros jóvenes que disfrutan de la posibilidad de establecer a través de los
relatores de la Fundación un contacto
con el mundo laboral del compromiso, el esfuerzo y la dedicación a través de
objetivos alejados de la cultura de pelotazo, la falta de valores y el ganar dinero
como única meta en la vida.
La esmerada y programada
presentación, la elección de los ponentes y la familiaridad en el discurso con
los estudiantes, hace que los resultados de las encuestas de satisfacción ante
un público tan exigente y poco dado a conformarse con productos de baja
calidad, sea un claro reflejo de la utilidad que los jóvenes ven en el tiempo
dedicado y en el valor de futuro.
Las reglas, los rituales y las
disciplinas no aportan valor a menos que la intención que los impulsa proceda de
una persona que predique con el ejemplo y que permita al joven inmerso en
conflictos y crisis en busca de respuestas, encontrarlas en referentes guiados
por un núcleo de fuerza y códigos de recto proceder.
El mérito de encontrar referentes
para convertirse en adultos a través de la experiencia con las personas y las
situaciones, radica en la elección que el adolescente debe hacer desde el amor,
los límites, las normas, los lazos, la competencia y la confianza que les lleve
a ser optimistas bien informados, que transitan por el Mundo como una oportunidad donde atrapar la
vida para saborearla, mientras que el pesimista (informado), lo ve sólo como un
problema y teme vivir aunque sea en el mejor de los mundos posibles.
Descubrir que la palabra éxito
tiene otros significados, que el trabajo y el esfuerzo generan enormes
recompensas no sólo materiales y que hay multitud de ejemplos de superación a
través del conocimiento y la buena educación y que esto nos hace más libres,
amplia nuestras ideas, mejora las posibilidades, estimula la creatividad, la
capacidad de maniobra y nos hace curiosos para encontrar otras soluciones
alejadas de las respuestas que nada mejoran.
Me hago eco del sentir de los
ochenta y dos alumnos que justo antes de empezar sus vacaciones de Navidad,
asistieron primero con prisa y a regañadientes, después con interés y
finalmente con entrega y agradecimiento, a la actuación y el regalo que la
Fundación Rafael del Pino nos hizo para entender la sentencia de Confucio, “Donde hay educación no hay distinción de
clases”
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